Arthur había contratado abogados independientes —distintos a Rose— para sus asuntos secretos. George me entregó una gruesa carpeta llena de documentos legales.
«Su marido me pidió que le entregara esto exactamente un mes después de su muerte. Son poderes, contratos y mandatos que le permitirán tomar el control total de todas sus empresas si así lo desea».
Control total. Arthur no solo me había dejado dinero. Me había dejado las llaves del reino.
«Sus hijos ignoran la existencia de estos documentos», continuó George. «Según las instrucciones de su marido, usted tiene el poder de revocar sus herencias si no respetan los estándares éticos de la familia».
Sentado en mi salón, George me explicó documentos dignos de una película de espías. «Su marido era muy meticuloso, señora Herrera. Estos contratos le atribuyen el 51% de las acciones de todas las empresas familiares. Sobre el papel, sus hijos recibieron el control, pero jurídicamente, usted es la accionista mayoritaria».
Me daba vueltas la cabeza. «¿Cómo es posible? El testamento…»
«…ese testamento», me interrumpió George, «solo cubría los activos visibles. Su marido creó una estructura de holdings donde las sociedades están bajo el paraguas de una entidad familiar de la que usted es propietaria».
Arthur jugaba al ajedrez cuando todos creían que jugaba a las damas. Había construido una trampa legal perfecta disfrazada de generosa herencia para sus hijos.
«Y eso no es todo», continuó George, abriendo otra carpeta. «Su marido también me encargó investigar las actividades de sus hijos estos tres últimos años. Lo que hemos descubierto es suficiente para anular completamente sus herencias y, en algunos casos, para iniciar acciones penales».
Me mostró fotos que ya había visto en la caja, pero también nuevos documentos: transferencias irregulares, contratos fraudulentos, facturas falsas.
«Steven ha malversado fondos de la empresa de construcción para pagar sus deudas de juego. En total, ha robado casi 3 millones. Daniel ha utilizado vehículos de la empresa para transportar droga, convirtiendo los restaurantes familiares en tapaderas para el blanqueo de dinero».
Cada revelación era un mazazo en el pecho. ¿Cómo había podido criar a dos criminales sin darme cuenta?
George sacó una grabadora y reprodujo un extracto. Reconocí al instante las voces de mis hijos.