Regresé al coche con las llaves del nuevo apartamento en la mano. Por primera vez en semanas respiré hondo sin sentir que el aire me quemaba los pulmones. Conduje directamente hacia la dirección que aparecía en el contrato. El edificio era sencillo, limpio y tranquilo. Cuando abrí la puerta del apartamento, me recibió el olor a pintura fresca y un silencio amable. Daniel lo había preparado para mí. Me apoyé en la pared y lloré largo rato, agradeciendo su amor silencioso.
Pasaron tres días mientras limpiaba, acomodaba mis pocas cosas y trataba de organizar mi vida. Entonces, una tarde, alguien tocó la puerta con fuerza. Al abrir, me encontré con Clara, con los ojos rojos de ira.
—Así que era cierto —espetó sin saludar.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, intentando mantener la calma.
—El abogado me llamó. Me dijo que Daniel te había dejado todo esto. —Señaló el apartamento con desdén—. No puedo creer que te quedarás con lo que nos pertenecía a nosotros.
—Clara, esto fue decisión de Daniel. Yo no pedí nada.
Ella dio un paso hacia mí, clavándome la mirada.
—Él no habría hecho esto si tú no lo hubieras manipulado. Siempre fuiste una víctima profesional.