—Nombrarla a usted como beneficiaria de su seguro de vida, de la mitad de sus ahorros personales y de un pequeño fondo inmobiliario que él mismo administraba. También estipuló que usted tendría derecho a una asignación mensual para su manutención, y que podía disponer de la casa… si así lo deseaba.
Las lágrimas empezaron a caer otra vez, pero esta vez no eran de desesperación. Eran de una mezcla de amor y culpa.
—No lo merezco… —susurré.
—Él pensaba lo contrario —respondió el abogado—. Y aún hay algo más.
Sacó un juego de llaves y las dejó frente a mí.
—Su hijo alquiló hace tres meses un pequeño apartamento a su nombre. Pagó seis meses por adelantado. Tenía planeado darle la sorpresa cuando usted quisiera mudarse.
Sentí que el mundo se me movía bajo los pies. Él había pensado en todo… incluso cuando yo creía que no quería preocuparlo.
—Señora Valdés —dijo el abogado con suavidad—, usted no está sola. Su hijo se aseguró de ello.
En ese instante supe que debía recomponer mi vida. No solo por mí, sino por Daniel. Lo que venía después no sería fácil, pero ya no me sentía completamente a la deriva.
Y tampoco imaginaba que Clara intentaría intervenir… y que las cosas se pondrían aún más tensas.