Las palabras se me emborronaban. ¿Cómo se había enterado? Jamás se lo había dicho.
—Daniel estaba muy pendiente de usted —dijo el abogado, como si leyera mis pensamientos—. Y también desconfiaba de la señora Clara.
Sentí un sobresalto.
—¿Desconfiaba? ¿Por qué?
El abogado respiró hondo.
—Su hijo vino hace meses a consultarme porque sospechaba que su esposa estaba presionándolo para vender la casa y acceder a sus cuentas. Él quería asegurarse de que, pase lo que pase, usted estuviera protegida.
Me quedé en silencio. No sabía si sentir rabia, tristeza o alivio.
—¿Y qué decidió hacer? —pregunté, con la voz quebrada.
Herrera señaló la carpeta.