Cuando mi hijo murió, mi nuera se burló de mí: “Deja el drama, haz tus maletas y arréglatelas sola”. Viví dos semanas en mi coche… hasta que el abogado de mi hijo me llamó con una noticia que cambió mi vida.

El despacho del licenciado Herrera estaba en un edificio antiguo del centro, con ventanales altos y olor a madera pulida. Entré con el corazón acelerado, aún sintiendo la humedad de las lágrimas que había derramado en el coche antes de subir. Él me recibió con un apretón de manos cálido, como si supiera exactamente por lo que había pasado.

—Gracias por venir, señora Valdés. Sé que no ha sido una temporada fácil —dijo con una voz pausada.

Asentí sin poder hablar. No quería que mi situación —la realidad de haber dormido dos semanas en un coche— se notara en mi ropa arrugada ni en mi expresión agotada.

Herrera abrió una carpeta gruesa.

—Su hijo dejó una serie de documentos preparados desde hace más de un año. Jamás pensé que tendría que revisarlos con usted tan pronto.

Mi corazón dio un vuelco.

—¿Documentos? ¿Qué tipo de documentos?

—Un testamento —aclaró— y algo más que debo explicarle con detalle.

Me mostró un sobre cerrado con mi nombre. Lo reconocí de inmediato: era la letra de Daniel. Mis manos temblaban cuando lo abrí. Dentro había una carta.

“Mamá, si estás leyendo esto, significa que no pude seguir cuidando de ti como quería. Sé más de lo que crees. Sé que perdiste tu apartamento. Sé que siempre fingiste estar bien para no preocuparme. Y lo aprecio, pero no quiero que vivas cargando sola.”

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