Cuando mi hijo murió, mi nuera se burló de mí: “Deja el drama, haz tus maletas y arréglatelas sola”. Viví dos semanas en mi coche… hasta que el abogado de mi hijo me llamó con una noticia que cambió mi vida.

Cuando mi hijo Daniel murió en aquel accidente absurdo, sentí como si me arrancaran una parte del pecho. Él era mi único hijo, mi orgullo silencioso. Todavía recuerdo cómo me abrazó la última vez que lo vi: “Mamá, no te preocupes tanto. Todo estará bien.” Y ahora, allí estaba yo, sentada en el sofá de la casa que él compartía con Clara, mi nuera, mientras ella caminaba de un lado a otro con una impaciencia apenas disimulada.

“Clara, yo… yo no sé qué hacer”, le dije con la voz temblorosa. Apenas podía respirar entre el dolor y el shock. Habían pasado solo tres días desde el funeral, y me sentía perdida.

Ella se detuvo frente a mí y me miró como quien observa un objeto fuera de lugar.

—Lo que tienes que hacer es dejar de ser dramática —soltó, frunciendo los labios—. Daniel ya no está, y yo no puedo hacerme cargo de ti.

Sus palabras me atravesaron como un cuchillo. Yo no esperaba cariño, pero tampoco una crueldad tan fría.

—Solo necesito un poco de tiempo —susurré—. No tengo adónde ir ahora mismo.

Ella resopló, impaciente.

—No es mi problema. Empieza a empacar tus cosas. Hoy mismo. Y por favor, evita las lágrimas. No me sirven de nada.

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