Cuando mi esposa se desmayó en nuestra noche de bodas, la llevé de urgencia al hospital. Las palabras del médico revelaron una verdad imposible de imaginar… y yo solo pude reír con amargura.

Alejandro quedó como petrificado. Dos meses. El tiempo martillaba en su mente. Miró hacia la habitación donde Marisol descansaba, y en su interior nació un sentimiento extraño: desconfianza. ¿La mujer en la que había confiado plenamente le había ocultado semejante verdad?

Cuando Marisol despertó, encontró en los ojos de Alejandro algo distinto: ya no había ternura, sino vacío y dolor. Ella entendió al instante. Su rostro se tornó pálido, los labios temblorosos intentaron articular palabras, pero no pudo. Alejandro no dijo nada. Solo gestionó el alta y condujo en silencio hacia casa. El trayecto fue largo y sofocante. Ella se acurrucaba en el asiento, abrazando su vientre, lanzándole miradas furtivas llenas de miedo y culpa.

En casa, el ambiente era insoportable. La habitación, aún perfumada con rosas y velas, se volvió un lugar opresivo. Alejandro se dejó caer en el sofá, con los ojos enrojecidos, mirándola fijamente. Ella no aguantó más: cayó de rodillas, abrazó sus piernas y sollozó:
—“Alejandro… lo siento… te juro que lo siento…”

Él no respondió. Su silencio era un castigo brutal. Finalmente habló, con voz ronca:
—“Dime… ¿de quién es el niño?”

Marisol tembló. Levantó la vista, con los ojos hinchados.
—“Es de Ricardo… mi exnovio…”

Ese nombre fue como un cuchillo atravesando el corazón de Alejandro. Ricardo. Un fantasma del pasado que pensó enterrado para siempre. Alejandro apretó los dientes.
—“¿Por qué? ¿Por qué él? ¿Por qué me lo ocultaste?”

Marisol lloraba a gritos, confesando entre sollozos:
—“Una semana antes de la boda… él me llamó… dijo que quería verme por última vez. Yo solo pensé en una despedida… pero bebí demasiado… perdí el control… Alejandro, yo fui débil. ¡Lo siento! No tuve el valor de decirte nada… Tenía miedo de perderte… yo te amo…”

Sus palabras eran como dagas. Una semana antes de la boda. Mientras él soñaba con su futuro feliz, ella había caído en los brazos de otro. Alejandro sintió asco: de ella, de sí mismo por haber confiado tanto, incluso del niño que ahora sabía que no era suyo.

—“¿Y el bebé? ¿Qué pensabas hacer?” —preguntó, intentando controlar su voz.

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