Anna sonrió.
Conocía esos “maravillosos”, entre comillas.
Pero aun así puso las flores en el jarrón. Dejó que se quedaran. Dejó que vieran que no tenían miedo.
Al día siguiente, Gleb llamó. Su voz era tensa:
“Anya, mamá nos invitó a cenar. Dijo que quería hablar”.
“Por supuesto”, dijo. “Tenemos que irnos”.
“¿Estás segura?”
“Más que”.
Lo sabía: esto no sería una cena. Esto era un campo de batalla.
Capítulo 4. Cena con Sabor a Pólvora
El apartamento de sus padres los recibió con el aroma de las chuletas y la colonia de menta de Arkady Petrovich.
En la mesa había todo lo que le encantaba a Gleb. Desde el borscht hasta la ensalada Olivier.
Lydia Arkadyevna los recibió con un vestido nuevo, el pelo arreglado y una sonrisa gélida.
“Pasen, niños”, dijo con falsa dulzura.