Creyendo que habían engañado con éxito a la anciana para que firmara la cesión de todas sus propiedades, el hijo y su esposa expulsaron triunfalmente a su vieja madre… pero apenas 48 horas después, ella regresó cargando algo que les heló la sangre.
En la ciudad de Cebú vivía Lola María, de 82 años, junto a su hijo menor, Carlos, y la esposa de este, Lina.
Últimamente, la pareja había notado que Lola se volvía olvidadiza: a veces repetía las mismas preguntas, otras veces olvidaba dónde había dejado sus cosas.
Una noche, mientras estaban sentados en la terraza, Lina susurró a su marido:
“Si conseguimos que mamá firme la escritura de transferencia, la casa será nuestra. Será fácil… es vieja y crédula.”
“Sí. Solo le diremos que es un certificado médico. No sabrá que en realidad es una transferencia de propiedad.”
Al día siguiente, llevaron a Lola al ayuntamiento, fingiendo que era para un chequeo médico y la notarización de unos “documentos médicos”.
En realidad, la estaban haciendo firmar un documento que transfería la propiedad de la casa —valuada en más de cinco millones de pesos— al nombre de Carlos.
Sin sospechar nada, Lola firmó.
Cuando regresaron a casa, la pareja dijo:
“Mamá, tal vez por ahora puedas quedarte con unos parientes. Vamos a renovar la casa para dejarla más bonita.”
Lola María guardó silencio.
Su esposo, Lolo Ben, estaba mudo de ira. Esa misma noche, sacó a Lola de la casa, llevando solo algunas ropas, y se marcharon a la casa de su sobrino en la provincia de Bohol.
Mientras Carlos y Lina planeaban su “renovación”, un triciclo se detuvo frente a la casa, cargando un gran recipiente.
De él bajó Lola María, vestida con una blusa tradicional barong tagalog, un sombrero y un gran balde de bagoong (pasta de camarón fermentada) que despedía un olor fuerte y penetrante.
Entró en silencio al patio y dijo:
 
					