Creyendo que habían engañado a la anciana para que firmara todos sus bienes, la pareja echó de su casa a su propia madre. Pero solo 48 horas después, ella regresó trayendo algo que hizo temblar a los dos.

“¿Pensaron que me engañaron? No estoy senil. Solo fingí ser olvidadiza para ver hasta dónde llegaba su codicia.”

Miró directamente a Lina.

“Grabé todo —sus conversaciones, el contrato que me hicieron firmar. El grabador, mi abogado, el barangay y el municipio tienen copias. Durante las últimas 48 horas estuve en la oficina de mi abogado, no en la provincia. Y ahora…”

Abrió lentamente la tapa del balde.
El hedor del bagoong llenó el aire, haciendo que todos se estremecieran.

“Este es mi regalo para ustedes —bagoong que fermenté durante dos años. ¿Saben por qué lo traje? Porque las personas codiciosas y sin vergüenza huelen como esto: un olor que se adhiere y que ningún jabón puede quitar.”

Entonces apareció Lolo Ben, con su bastón en la mano y voz firme:

“No necesitamos su dinero ni su casa. Pero no crean que pueden engañar a sus propios padres. Esta casa le pertenece a su madre. Si quieren tomarla, tendrán que hacerlo sobre mi cadáver.”

Carlos tembló y bajó la cabeza.

“Ma… Ma, no queríamos hacer eso… solo queríamos ayudar a arreglar el título…”

Lola María sonrió —amargamente, pero con fuerza—.

“¿Ayudar? Solo admitan que querían apropiarse. Pero recuerden esto: los hijos ingratos cargan el hedor de la vergüenza para siempre. No importa cuánta colonia usen, la suciedad de su conciencia siempre saldrá.”

Los vecinos comenzaron a reunirse, murmurando mientras el olor del bagoong se extendía por el aire —como una maldición imposible de lavar, un recordatorio de la avaricia que regresa para atormentar a quienes la cometieron.

Carlos y Lina pensaron que después de ese día, todo se calmaría.

Fregaron las manchas de salsa de pescado esparcidas por el patio y lo enjuagaron toda la tarde, pero el olor nauseabundo persistía.

Esa noche, Carlos se despertó sobresaltado.
Oyó susurros afuera —voces cerca de la reja. Al salir, vio una pequeña bolsa de plástico colgada del portón de hierro. Dentro había… un nuevo frasco de bagoong y una nota escrita a mano:

“Quienes viven en la mentira no llevan el hedor en la piel, sino en el corazón.”

Carlos se paralizó. Lina lo abrazó con fuerza, temblando.

“Cariño… quizá mamá envió a alguien para asustarnos…”

Pero Carlos gritó:

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