Corazón sin permiso

Mientras tanto, otras cosas aparecían en la vida de Valentina: voluntariado, un grupo de apoyo para mujeres que se recuperaban del cáncer, reuniones en un centro de rehabilitación local. Ayudaba a otros a recuperarse, hablaba abiertamente de sus miedos, compartía sus experiencias de sanación y cómo superar la traición y la infidelidad sin caer en el abismo. La gente se sentía atraída por su honestidad. Su voz se fortalecía porque estaba libre de mentiras.

Capítulo 3. Golpes al estatus
Boris intentó recuperar el poder de la forma habitual: con dinero y contactos. Llamaba a sus antiguos socios, pronunciaba discursos elegantes y proponía acuerdos. Pero un día, una carga laboral se cernió sobre él: un proyecto que debería haberle ganado el respeto de sus colegas había fracasado. ¿La razón? Un contratista que antes había hecho la vista gorda ahora exigía un contrato justo, y resultó que los documentos que Boris había firmado habían sido dudosos. Salieron a la luz pequeños problemas financieros, que su entorno había atribuido a su “astucia empresarial”.

La noticia se extendió rápidamente. Quienes antes le habían insinuado ahora se mostraban indiferentes. Su posición en la empresa era inestable. Boris, acostumbrado a tener el control, sintió que su mundo se derrumbaba.

Una noche, de pie junto a la ventana de su apartamento solitario y vacío, llamó a la madre de Valentina. Le temblaba la voz.

“Ella… ella no levanta la vista”, dijo. “¿Quizás deberíamos hablar de nuevo?”

“Boris”, respondió con firmeza su hija Antonina Igorevna, “tomaste una decisión. Y cada decisión tiene un precio”.

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