Corazón sin permiso

Dudó. Un agradable rubor brilló en sus mejillas. Esperaba un guion: una disculpa, perdón, lágrimas, abrazos. En cambio, hubo un silencio sereno y el leve sonido de la madre de Valentina colocando una taza en el fregadero.

“Me dolió verte… con ella”, intentó de nuevo. “Entiendo que actué mal. Fue una debilidad temporal. Un vacío. Pero quiero volver a casa. A ti”.

“Casa no es una dirección, Boris. Casa es lo que hacemos juntos”, respondió Valentina. “No volverás a los recuerdos. Yo vivo ahora”.

Se recostó en su silla y guardó silencio un largo rato. El pánico se reflejó en sus ojos; no por la pérdida de su amada, sino por la pérdida de su estatus, por el miedo a ser abandonado al margen de la vida, donde los títulos se desvanecen inexorablemente.

Capítulo 2. El regreso del amor… o la vanidad
Pasaron varias semanas. Boris intentó construir una vida con Natasha, pero algo se resquebrajaba: ella exigía confirmación de sus sentimientos, y él, como siempre, exigía consuelo. La joven amante resultó no ser un ángel: vivía su propia vida, reacia a tolerar escenas ni compromisos. Cuando corrieron rumores en su círculo de que Boris buscaba de nuevo la reconciliación, Natasha, fría y bruscamente, lo echó del apartamento, llevándose sus maletas y heredando su desprecio.

Los rumores llegaron a todos. Quienes habían sido amigos de Boris en el trabajo comenzaron a distanciarse con cautela: en los negocios, los rumores son más letales que los escándalos. Peor aún, en su círculo, donde la reputación era moneda corriente, comenzaron a circular rumores de “imprevisibilidad” y “falta de profesionalismo”. Boris se sorprendió al descubrir que el estatus que había creído eterno era bastante frágil.

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