Conductor de autobús nota que una niña llora cada día, mira bajo el asiento después de dejarla y queda paralizado.

Un pequeño cuaderno espiralado cayó del asiento donde Lucía siempre se sentaba. No era común que los niños dejaran objetos personales; las mochilas eran casi una extensión de ellos mismos. Manuel dudó unos segundos, pero finalmente se acercó y lo recogió. Al levantarlo, escuchó un sonido hueco, como si algo golpeara el metal del piso. Entonces se agachó, apuntó la linterna del celular debajo del asiento… y se quedó sin aliento.

Había algo escondido allí, cuidadosamente empujado hacia el fondo. Algo que claramente no pertenecía a un niño de primaria. La piel de Manuel se erizó mientras extendía la mano para alcanzarlo. Su intuición le gritaba que aquello estaba relacionado con el llanto de la niña, con su silencio, con su miedo.

Cuando finalmente lo sacó, comprendió que la situación era mucho más grave de lo que había imaginado.

Y justo en ese momento, su celular vibró con un mensaje desconocido: “No te metas. Déjalo así.”

Manuel tragó saliva. Ahora no solo tenía un objeto inquietante entre las manos… sino también la certeza de que alguien estaba vigilando.

Manuel se quedó quieto, mirando el mensaje en la pantalla de su celular. El remitente no tenía nombre, solo un número desconocido. ¿Cómo sabía alguien que estaba revisando ese asiento? ¿Quién podía estar observándolo? Tragó saliva mientras guardaba el objeto —un pequeño estuche metálico— dentro del bolsillo interior de su chaqueta. Miró por las ventanas del autobús: la calle estaba vacía, solo algunas luces encendidas en las casas a lo lejos. Nada que indicara que alguien lo vigilaba… pero el mensaje demostraba lo contrario.

Esa noche, en su casa, Manuel colocó el estuche sobre la mesa. Dudó unos segundos antes de abrirlo; parte de él temía que lo que encontrara confirmara sus sospechas. Cuando finalmente lo abrió, el corazón se le aceleró. Dentro había tres billetes doblados, una llave pequeña y un papel arrugado. En el papel, con letra infantil, estaba escrita una frase que lo heló:

“Para que no se enoje.”

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