Álvaro miró su móvil.
Luego levantó la vista.
Me miró a mí.
Después… a mis hijos.
Su rostro perdió todo el color.
El sacerdote preguntó:
—Álvaro, ¿aceptas a Tasha como tu legítima esposa?
Álvaro dio un paso atrás.
—Yo… yo no puedo —balbuceó.
El silencio fue absoluto.
Y entonces señaló con el dedo… a mis hijos.
—Ellos… ellos lo cambian todo.
¿Qué sabía Álvaro que nadie más sabía?
¿Y por qué esos tres niños acababan de destruir una boda perfecta?