Los guardias de seguridad del centro comercial acudieron rápidamente, respondiendo al alboroto. Daniel levantó la mano, ordenándoles que se detuvieran.
“Déjamelo a mí.” La autoridad en su voz silenció incluso a los guardias del centro comercial.
El rostro de Michael palideció. Siempre había contado con su riqueza y reputación para protegerse, pero ahora, frente al hombre que podía destruirlo con una sola palabra, se sentía impotente.
—Te arrepentirás de esto —espetó Michael, intentando recuperar la compostura—. No puedes simplemente…
Daniel lo interrumpió.
—Puedo. Y lo haré. Considera tu carrera, tu fortuna y tu libertad… terminadas.
Se oyeron exclamaciones de asombro. Los teléfonos grababan. El imperio de Michael, construido sobre la imagen y la intimidación, empezó a desmoronarse en segundos.
Anna se refugió en el abrazo de su padre y por fin se permitió llorar. Ya no estaba sola.
Y para Michael Harris, el hombre que creía dueño del mundo, esto fue sólo el comienzo de su caída.