Etapa 1. Una decisión inesperada
Tras enterarme de que había renunciado a mi trabajo y cancelado todos los traslados, mi suegra llegó a las seis de la mañana para arreglar las cosas.
Pero hablaré de eso más adelante. Todo empezó el día anterior, cuando por fin me permití pensar en mi propia vida, no en las necesidades de los demás.
Ese día, salí de la oficina por última vez, con una pequeña caja en las manos y una extraña sensación de vacío y libertad. No había ningún miedo habitual: “¿Y los demás?”. Solo una pregunta: “¿Y yo?”.
La gota que colmó el vaso fue otra conversación con mi jefe:
“Olga, necesitamos que aceptes otro proyecto. Siempre nos ayudas”.
Sonreí con cansancio:
“Llevo siete años ayudando a todos, tanto en el trabajo como en casa. No lo soporto más”.
No lo entendía. La gerencia rara vez comprende a la gente que de repente se vuelve inoportuna. Pero aun así firmó la carta de renuncia.
Después de la oficina, no fui a casa, fui al banco.
Me senté frente al gerente y saqué mi tarjeta.