Conocía a Elena y su historia. Elena no lloró, no dijo nada, solo cerró los ojos por un segundo, apretando los labios y luego volvió a abrirlos con una expresión diferente, no de humillación, sino de dignidad. En ese momento, Gustavo la miró con desprecio. Así entiendes, ¿verdad? Eres una sirvienta. No tienes voz aquí. Tu trabajo es obedecer. Pero ese discurso cargado de arrogancia dejó en silencio incluso a los más frívolos de la sala. Los demás comensales no sabían si intervenir o guardar las apariencias.
Nadie dijo nada. Solo Camila se levantó de su silla aún sin hacer nada, pero observando cada gesto con intensidad. Horas antes de esa escena, Elena había llegado al evento con la esperanza de que su jornada fuera tranquila. Trabajaba duro para pagar el tratamiento médico de su madre, que se encontraba en fase terminal. Cada turno era una batalla contra el cansancio y el desprecio, pero lo aceptaba porque necesitaba el dinero. Gustavo, por su parte, no sabía nada de eso.
Para él, Elena era solo una sombra más entre los adornos y los meseros. Por eso no dudó en usarla como chivo expiatorio cuando un negocio fallido lo dejó de mal humor esa misma tarde. Camila conocía la historia de Elena, no porque fueran amigas, sino porque había investigado a fondo a cada empleado de aquel lugar. Ella era la auditora interna de la empresa de Gustavo, enviada por el consejo para observar discretamente su comportamiento fuera del ámbito corporativo, pero hasta ese momento no había tenido una razón de peso para actuar.
La humillación pública que acababa de presenciar cambiaría todo. Aunque Gustavo aún no lo sabía, estaba a minutos de enfrentar las consecuencias más duras de su vida. Elena se mantuvo firme, no limpió su rostro, no se quitó los espaguettis, solo dijo una frase que dejó al salón aún más helado que antes. Gracias por recordarme que incluso los lugares más lujosos, la humanidad puede ser lo más escaso. Gustavo soltó una risa sarcástica y regresó a su asiento como si nada hubiera pasado.
Algunos lo siguieron con risas nerviosas intentando retomar la velada, pero la tensión en el aire ya no se disiparía. Camila no le quitaba los ojos de encima. había visto suficiente. Minutos después, Elena fue apartada del servicio y llevada a la cocina. Uno de los encargados le pidió que se retirara para evitar más problemas. Ella aceptó sin protestar, pero no sin antes lanzar una última mirada al salón, donde Gustavo, confiado, brindaba con sus colegas como si el acto de humillación fuera un espectáculo más de la noche.
Camila se levantó entonces discretamente de su lugar y salió del salón con el celular en la mano, haciendo una llamada urgente al director del Consejo Ejecutivo. Si la historia te está gustando, no olvides darle like, suscribirte y comentar qué te está pareciendo, porque lo que iba a pasar después, nadie en ese salón lo habría imaginado jamás. Lo que Gustavo ignoraba era que cada palabra suya, cada gesto cruel, había sido grabado por una cámara de seguridad instalada ese mismo día por solicitud de Camila.