Y lo que estaba por recibir no sería un castigo físico, sino algo mucho más devastador para un hombre como él, la caída pública de su imagen, su poder y su orgullo. Pero justo cuando creía haber ganado, la puerta del salón se abrió de nuevo y todo cambió. Gustavo giró la cabeza con fastidio cuando la puerta del salón se abrió bruscamente. Todos los presentes voltearon también, sorprendidos por la interrupción, pero su expresión de desdén se transformó en desconcierto cuando vio a Camila entrar con paso firme, acompañada por dos hombres trajeados que llevaban gafetes del Consejo Directivo.
El murmullo creció en la sala, pero nadie se atrevió a hablar en voz alta. Gustavo se levantó de su asiento con una sonrisa tensa. Camila, esto no es lugar ni momento para una inspección. dijo intentando mantener el control. Ella no respondió. Uno de los hombres le entregó un sobrecerrado. Gustavo lo abrió con manos temblorosas. Sus ojos se movían con rapidez por las líneas del documento, hasta que su rostro perdió todo color. En ese momento, Elena aún no había regresado al salón.
Estaba sentada en un rincón del vestidor de empleados, con la ropa aún manchada y los ojos secos de tanto contenerse. Se sentía rota por dentro, no por el espaguetti ni por los gritos, sino por la certeza de que, incluso habiendo dado todo, aún era tratada como menos. Un supervisor entró de golpe pidiéndole que se pusiera presentable y volviera al salón. Camila te pidió allá. No sé por qué, pero parece importante. Elena dudó por un segundo. Su instinto le decía que no debía regresar, pero algo en su interior, quizá orgullo, quizá esperanza, la impulsó a levantarse.
Cuando Elena reapareció, todos los ojos se posaron sobre ella. Esta vez sin risas ni burlas. Gustavo, al verla murmuró entre dientes. Tú otra vez. Lárgate antes de que Pero fue interrumpido por Camila, que alzó la voz con autoridad. Silencio, Gustavo. Todos se tensaron. Era la primera vez que alguien le hablaba así delante de todos. Acabamos de ver el video de tu comportamiento. No solo la agresión, sino tus comentarios misóginos y clasistas durante toda la noche. Hay suficientes pruebas para iniciar una acción disciplinaria inmediata.
Gustavo intentó reír, pero nadie lo siguió. Esta vez su arrogancia empezaba a resquebrajarse. No puedes hacerme esto aquí frente a todos, masculó él con la voz temblando. Sí puedo, porque justamente aquí fue donde humillaste a una mujer que solo hacía su trabajo y todos lo vimos. Camila se giró hacia los asistentes. Elena es una trabajadora ejemplar con años de servicio. Lo que presenciaron no fue un error social, fue abuso de poder. Gustavo se quedó paralizado. Intentó buscar apoyo con la mirada, pero ninguno de los presentes se atrevió a defenderlo.