Cada vez que cambiaba el pañal del bebé, la niñera notaba unos moretones inusuales.

Encontró trabajo con otra familia, los Gustavo.
Creyó que todo mejoraría. No fue así.

El señor Gustavo le exigía limpiar toda la casa además de cuidar al niño, y su habitación no era más que un armario húmedo.
Cuando protestó, él sonrió con crueldad.

—Si no te gusta, vete. Nadie más te contratará.

Esa noche, tendida sobre el suelo frío, Emily se prometió algo:
Merezco más que esto.
A la mañana siguiente, renunció.

Leave a Comment