Cada vez que cambiaba el pañal del bebé, la niñera notaba unos moretones inusuales.

Su siguiente empleo parecía distinto.
Una viuda llamada Camila Montero buscaba niñera para su hija, Judi.

Camila la recibió con amabilidad. La casa olía a flores y nostalgia.
Por unos días, Emily creyó haber encontrado un lugar en el mundo.
Pero algo no encajaba: no veía a la niña.

Cuando finalmente Camila le presentó a “Judi”, Emily se quedó helada.
Sobre las piernas de la mujer descansaba una muñeca de trapo, vestida de rosa, con un lazo en el cabello.
—Esta es Judi —dijo Camila con dulzura, acariciando los hilos de su cabeza.

Emily sonrió con rigidez.
Los días siguientes fueron una pesadilla silenciosa.
Camila alimentaba a la muñeca, le hablaba, la reprendía. Le pedía a Emily que le leyera cuentos antes de dormir.

Un día, Emily encontró un álbum escondido. En las fotos, una niña real, sonriente, de unos seis años.
Luego, de pronto, las imágenes se detenían.
El silencio de esas páginas decía más que mil palabras.

Cuando Camila descubrió que Emily había visto el álbum, se volvió loca de miedo.
—¡No te atrevas a llevártela! ¡Judi es todo lo que tengo!

Emily comprendió: la mujer no era malvada, solo estaba destrozada.
Por compasión, llamó a las autoridades.
Camila fue internada para recibir ayuda.
Emily se marchó de aquella casa con el alma hecha trizas, perseguida por la imagen de una madre abrazando a una hija que ya no existía.

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