Emily se acercó para ayudar, pero Elena, presa del pánico, la empujó bruscamente.
—¡Fuiste tú! —gritó—. ¡No lo vigilaste!
Emily la miró con incredulidad.
—No, señora Torres, yo estaba en el suelo, con sus juguetes. No fui yo.
Pero la culpa se convirtió en furia, y la furia en acusación.
Cuando Ricardo apareció, Elena ya tenía su historia lista:
—¡Fue culpa de Emily! No estaba atenta.
Emily intentó defenderse, la voz quebrada por la impotencia.
—Señor Torres, se lo juro… jamás dañaría a Lucas.
Ricardo suspiró.
—Has sido buena, Emily, pero no podemos correr riesgos. Es mejor que termines aquí.
Las palabras la atravesaron como cuchillos.
Elena, sin mirarla, murmuró:
—Haz tus maletas. Esto se acabó.
Con las lágrimas nublándole la vista, Emily recogió sus pocas cosas.
Antes de salir, dijo en voz baja:
—Algún día entenderán que yo jamás lastimaría a Lucas. Para mí, él lo era todo.
La puerta se cerró con un golpe sordo, y el eco quedó suspendido en el aire como una despedida.