Entonces entró Elena.
El sonido de sus tacones resonó en el mármol, acompañado de su voz cortante:
—Emily, ¿de verdad crees que unos jeans y una camisa vieja son apropiados para cuidar a mi hijo? No trabajas en un jardín.
Las mejillas de Emily se encendieron.
—Lo siento, señora Torres. Intentaré mejorar —respondió con suavidad.
Elena sonrió con desdén y desapareció hacia la cocina.
Emily respiró hondo, volvió a mirar a Lucas y trató de olvidar el veneno de aquellas palabras.
Poco después, Elena regresó. Sostenía al niño mientras buscaba algo en un armario alto.
Y entonces se oyó un golpe seco.
Un sonido sordo, terrible.
Lucas estalló en llanto.
Emily se levantó de un salto.
—¿Qué ocurrió? ¿Está bien?
Un moretón rojo empezaba a formarse en la frente del bebé.
Elena quedó inmóvil, comprendiendo lo que había hecho: había golpeado la cabeza del niño contra la puerta abierta del armario.