«Vi los mensajes», continuó ella. «Todos estos viajes, toda esta “preocupación por mis padres”… todo es mentira. ¿Por qué? ¿Por qué te mentiría?».
Igor bajó la mirada. Su habitual máscara de seguridad desapareció, y por primera vez, Yulia vio a un hombre de verdad: asustado, confundido, pero ahora vulnerable.
«Yo… yo estaba… aburrido en casa», admitió en voz baja. «Quería libertad. No quería explicar adónde iba… No pensé que acabaría así…».
Las palabras de Igor golpearon a Yulia como una lluvia fría. Todo lo que había sentido durante las últimas semanas —ansiedad, sospecha, miedo— resultó ser cierto. Pero con ello llegó el alivio: por fin sabía la verdad.
«Igor», dijo lentamente, ordenando sus pensamientos. “Me mentiste. Me convertiste en un mero espectador en el juego de otro.” Y ahora necesito…
¿Entiendes…? ¿Podremos siquiera vivir juntos después de esto?
Igor se dejó caer en una silla, ocultando el rostro entre las manos. El silencio en la habitación se volvió denso como una losa. Cada palabra que podría surgir flotaba en el aire, pero nadie se atrevía a pronunciarla. Yulia sintió que algo se rompía en su interior, pero al mismo tiempo, una nueva fuerza despertó en ella: ya no sería víctima del engaño.
—Tenemos que hablar de todo, con sinceridad —dijo finalmente—. Sin mentiras, sin excusas.
Igor asintió. En ese momento, la tensión alcanzó su punto máximo. La noche prometía ser larga, pero por primera vez en mucho tiempo, Yulia sintió que todo dependía de la verdad, y estaba lista para escucharla.