A la mañana siguiente, Yulia despertó con una inusual calma. Por primera vez en semanas, la ansiedad y la duda ya no la oprimían. Miró por la ventana: la lluvia había cesado y los primeros rayos de sol se filtraban entre las nubes grises. El mundo parecía el mismo de siempre, pero algo había cambiado en su interior.
Igor, sentado en la cocina con una taza de café, parecía destrozado. No intentó justificarse ni poner excusas. Yulia lo observó en silencio. Comprendió que la confianza construida a lo largo de los años se había hecho añicos, y ahora debía decidir cómo seguir adelante.
—Yulia, entiendo que he perdido tu confianza —dijo en voz baja, finalmente levantando la vista—. No hay nada que pueda decir que lo repare.
—Igor —respondió ella con calma—, la verdad siempre es más importante que una mentira. Y ahora tenemos que decidir qué hacer.
Hablaron durante un largo rato. Yulia escuchó sin interrumpir, y por primera vez, Igor habló abiertamente de sus miedos, su aburrimiento y su deseo de escapar de la rutina. Esta conversación fue difícil, dolorosa, pero necesaria. Yulia se dio cuenta de que ahora la decisión era suya: quedarse con el hombre que la había engañado o marcharse, preservando su integridad y su dignidad.
Unos días después, tomó su decisión. Yulia no quería vivir en un mundo de mentiras e ilusiones. Le dijo a Igor que necesitaban separarse temporalmente para que ambos pudieran aclarar sus sentimientos y discernir qué era más importante: la comodidad del engaño o la honestidad en una relación.