Al regresar a casa, Yulia no podía tranquilizarse. Una sensación de inquietud la atormentaba. Cada detalle de las últimas semanas, cada vez que Igor se marchaba, afloraba en su memoria como piezas de un rompecabezas que aún no encajaban. ¿Por qué no habían llamado los padres de su marido? ¿Por qué tenía Igor tanta prisa por irse y no quería que ella lo acompañara?
Yulia volvió a coger el teléfono de su marido. Esta vez, decidió hacer algo que nunca había hecho antes. Revisó la lista de mensajes, llamadas y aplicaciones. Y entonces notó algo extraño: no había ninguna comunicación con sus padres, y los mensajes que parecían haber sido enviados a Lyudmila Pavlovna habían desaparecido. Aún más alarmante era el hecho de que Igor le escribía con frecuencia a un contacto desconocido llamado «Lena».
«¿Quién es Lena?», se preguntó Yulia en voz baja. El corazón le latía con fuerza. Revisó el chat y vio mensajes sobre “visitas a sus padres”, “empacando maletas”, “sin testigos”.
Cada nuevo mensaje hacía la escena más aterradora. Todo indicaba que los padres de Igor habían estado bien desde hacía mucho tiempo y no necesitaban cuidados. Cada una de las ausencias de su esposo estaba cuidadosamente orquestada: creaba la ilusión de preocuparse, solo para poder irse sin dar explicaciones.
“No… no puede ser…”, susurró Yulia, sintiendo un escalofrío recorrerle el cuerpo.
Se dio cuenta de que necesitaba hablar directamente con Igor. Cuando regresó esa noche, cansado y tenso como siempre, Yulia ya lo esperaba, reuniendo toda su fuerza de voluntad.
“Igor”, comenzó con calma, aunque una tormenta de emociones ya rugía en su interior. “Lo comprobé. Tus padres se han ido. No hay nadie aquí. Todas las llamadas, tus historias… todo son mentiras”.
Igor se quedó paralizado, con la mirada perdida. Por un momento, no pudo encontrar una excusa. Yulia sintió cómo su habitual seguridad y control se desmoronaban bajo la mirada de su esposa. «Yulia… yo…», empezó, pero las palabras se le atragantaron.