Apenas había salido del funeral de mi esposo cuando me vi arrastrada a otra tragedia. En el primer cumpleaños de mi sobrino, mi hermana se levantó de repente, con una sonrisa segura, y declaró: ‘Mi hijo es hijo de tu marido.’ La habitación entera contuvo el aliento. Luego añadió, con una frialdad calculada: ‘Así que, según la herencia, me corresponde la mitad de tu casa de 800.000 euros.’ El corazón se me encogió: el duelo aún fresco… y ahora la traición de mi propia sangre. Y lo que vino después fue aún más inesperado.

Tuve que sentarme. La habitación giraba.

Al día siguiente, con la carta en mano, fui directamente a enfrentar a Clara. Antes de tocar la puerta, respiré hondo. Ya no iba como una hermana herida, sino como alguien que exigía la verdad.

Cuando Clara abrió, vi que no había dormido. Tenía ojeras profundas y un nerviosismo evidente.

—Tenemos que hablar —le dije.

Entré sin esperar invitación y puse la carta sobre la mesa. Clara la miró, se quedó pálida y se dejó caer en la silla.

—¿Dónde la encontraste? —susurró.

—Entre los documentos de mi marido. Clara… él no era el padre. Y tú lo sabías.

Ella se tapó la cara con las manos.
—No fue así… Yo… tuve miedo —balbuceó—. Hernán me dejó apenas supe que estaba embarazada. Me dijo que no era su problema. Tu marido fue el único que me ayudó. Me daba dinero para el bebé, para la casa, para todo… pero nunca quiso que tú te enteraras. Dijo que no quería añadir peso a tu vida.

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