Apenas había salido del funeral de mi esposo cuando me vi arrastrada a otra tragedia. En el primer cumpleaños de mi sobrino, mi hermana se levantó de repente, con una sonrisa segura, y declaró: ‘Mi hijo es hijo de tu marido.’ La habitación entera contuvo el aliento. Luego añadió, con una frialdad calculada: ‘Así que, según la herencia, me corresponde la mitad de tu casa de 800.000 euros.’ El corazón se me encogió: el duelo aún fresco… y ahora la traición de mi propia sangre. Y lo que vino después fue aún más inesperado.

El silencio fue tan profundo que casi dolía. Clara clavó la mirada en la mesa. Su respiración se volvió pesada, como si estuviera conteniendo algo.

—No voy a hablar más —sentenció finalmente—. Si no quieres negociar, hablaré con un abogado.

Salió del comedor con pasos rápidos. Mi padre golpeó la mesa con frustración.
—Este problema no es por el niño —gruñó—. Es por dinero. Solo dinero.

Pero yo no podía conformarme solo con esa conclusión. Tenía que saber la verdad. Necesitaba saberla, aunque me destrozara.

Esa noche, mientras revisaba papeles antiguos de mi esposo, encontré algo que cambiaría la dirección del conflicto: un sobre arrugado, escondido entre unos contratos, con un nombre escrito que no reconocí… y una fecha que coincidía con el periodo en que Clara aseguraba haber tenido un “desliz”.

Mi corazón empezó a latir con fuerza.

Dentro había una carta.

Y esa carta abría una puerta completamente nueva.

Leave a Comment