ANCIANA RICA ENCONTRÓ NIÑA POBRE EN LA CALLE — CUANDO VIO SU COLLAR, SE DESPLOMÓ

Al descender la ventana, entró el olor contradictorio de la Ciudad de México: gasolina, tortillas al comal, cilantro recién picado, polvo tibio. Y con el aire, entró también un golpe a quemarropa: colgando del cuello de la niña, un dije de plata en forma de ángel con un ala rota.

El mundo de Beatriz se contrajo a ese brillo conocido. Fue una punzada en la memoria: Polanco, una joyería pequeña donde un artesano ya muerto había moldeado aquel ángel único para el décimo cumpleaños de Marcela, su única hija. La aleación, la curvatura exacta del ala quebrada, la superficie minúscula con una raya que solo se veía al inclinarla… imposible confundirlo.

—¿Dónde… dónde conseguiste ese angelito, mi niña? —preguntó Beatriz, señalando con dedos que le temblaban.

La niña llevó la mano al pecho, protectora.

—Fue un regalo de mi mamá —dijo con orgullo recatado.

—¿Tu mamá? —La palabra fue dinamita en la boca de Beatriz.

—Se llama Clara. Clara Herrera. Me encontró cuando yo era muy chiquita.

Roberto apretó el volante. Conocía a su jefa hacía veinte años; jamás la había visto así, con el filo del pánico en la voz.

Beatriz sacó un billete de quinientos de su bolso como si rescatara aire.

—Quiero… quiero todas tus rosas.

—¿Todas? —Los ojos de la niña se agrandaron, incredulidad y alegría mezcladas.

—Todas. Y, si no te molesta, me gustaría conocer a tu mamá.

La honestidad de la niña se batió con un reflejo de desconfianza aprendido en la calle. Al final, la balanza se inclinó hacia la fe.

—Vivimos en la colonia Doctores, calle Doctor Vértiz, 143, departamento cinco —dijo—. Soy Alin.

El alto cambió a verde y el coro de claxonazos los expulsó hacia adelante. Beatriz giró el cuerpo para mirar a la niña hasta que se perdió entre los autos. Las rosas llenaron el auto de un perfume antiguo. Pero lo que inundaba a Beatriz era otra cosa: una certeza que daba miedo nombrar.

«Ese dije no miente», pensó. «No puede».

En la biblioteca de su casa de Las Lomas, Beatriz buscó un álbum con manos de huracán. Ahí estaba: Marcela a los diez, riendo frente al árbol de Navidad, el ángel brillando en su pecho. Otra foto: Marcela a los dieciocho, la misma cabeza ladeada, la misma boca, los mismos ojos que había visto en Alin unos minutos antes en plena avenida.

La noche entera fue un desfile de recuerdos: el supuesto intercambio en España, diciembre de 2012, la hija que volvió más delgada y sin brillo, la sonrisa que no alcanzaba los ojos, la respuesta monótona cuando Beatriz preguntó por el dije: «Se me perdió». ¿Perdido o entregado? ¿Ocultado?

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