Acababa de dar a luz a su bebé cuando su esposo llegó y le pidió el divorcio para irse con otra mujer. NYNY

Ana tomó un taxi con el poco dinero que llevaba. Llegó a la casa de una amiga de la infancia, quien la recibió con lágrimas y un abrazo cálido.

Allí, entre colchones improvisados y noches de desvelo, Ana comenzó a reconstruirse.

Las primeras semanas fueron un infierno: dolores físicos, lágrimas reprimidas, noches sin dormir. Pero cada vez que veía a su hijo, recordaba que valía la pena seguir.

Y fue entonces cuando empezó a transformar el dolor en fuerza.

La sorpresa para todos

Mientras Juan se mostraba en fiestas con Julia, seguro de que Ana se hundiría en la miseria, la joven madre comenzó a trabajar desde casa, primero con costuras, luego con ventas en línea. Una vecina le prestó una máquina de coser y con ella comenzó un pequeño negocio de ropa infantil.

Lo que nadie imaginaba es que ese emprendimiento crecería hasta convertirse en una tienda reconocida en su ciudad.

Dos años más tarde, Ana inauguraba su propio local, con un letrero que decía: “Milagro: ropa para soñar”. El nombre era un homenaje a su hijo.

El golpe de realidad

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