Cuando Juan supo de su éxito, intentó acercarse. Julia ya lo había dejado y las deudas comenzaban a alcanzarlo. Quiso recuperar a Ana, o al menos beneficiarse del dinero que ella empezaba a generar.
Pero la respuesta de Ana fue contundente.
Lo miró con la misma serenidad con la que había cargado a su hijo aquel día y dijo:
—Ya no me necesitas, ni yo a ti.
Epílogo
La historia de Ana no terminó en la humillación de aquella tarde en que la presentaron a la amante de su esposo. Terminó en un renacer.
De madre quebrada y abandonada, se convirtió en ejemplo de resiliencia.
Hoy, cuando la gente le pregunta cómo lo logró, Ana sonríe y responde:
—Mi hijo fue mi motor. Mientras él respirara en mis brazos, yo tenía que seguir adelante.
Y así, lo que comenzó con una traición en la sala de una casa silenciosa, terminó convirtiéndose en una lección de vida: no hay dolor capaz de detener a una madre decidida a levantarse de las cenizas.