Acababa de dar a luz a su bebé cuando su esposo llegó y le pidió el divorcio para irse con otra mujer. NYNY

Ana apenas podía caminar. La herida de la cesárea ardía como fuego en cada paso. Sus labios temblaban por el dolor, pero se los mordía para no gemir. No quería que su hijo escuchara debilidad. Lo llevaba en brazos, un bebé de poco más de tres kilos, su milagro esperado después de seis años de intentos fallidos, tratamientos y lágrimas en silencio.

Ese día, el que debería haber sido el más feliz de su vida, se transformaría en una pesadilla inimaginable.

La ausencia de Juan

Durante el parto, Juan, su esposo, no estuvo. Dijo que estaba “cerrando un proyecto importante”. No fue la primera excusa. Desde el sexto mes de embarazo se había ido alejando poco a poco, primero por trabajo, luego por cansancio y finalmente sin dar explicaciones.

Ana ya no reclamaba. Su energía estaba enfocada en sobrevivir al embarazo, en cuidar a su hijo desde el vientre y en creer que, cuando naciera, las cosas cambiarían.

Pero el día de la salida del hospital, lo que encontró al llegar a su casa fue peor que cualquier sospecha.

El silencio en la casa

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