Un contraste Stark con la compostura tranquila de Catalina y sus ojos. Eran los mismos ojos avellana, pero ardían con un espíritu feroz e indomable. Esa es mi soledad”, dijo Remedio suavemente, su mano flotando cerca de lienzo como si pudiera sentir la calidez de su hija. Fue pintada el verano que cumplió 21 años. Odiaba posar para ella. Decía que era una tradición estirada para gente estirada. Durante las siguientes horas, Remedios pintó su propio retrato de soledad con palabras.
No era solo un fantasma o un hombre. se convirtió en una persona. Soledad era brillante, apasionada y rebelde. Chocaba terriblemente con su padre, un patriarca severo que desde entonces había fallecido, y con su hermano mayor, Maximiliano. Maximiliano siempre siguió el camino, explicó remedios, una sonrisa triste en su cara. Universidad autónoma, luego al negocio familiar. Entendía las reglas, la estructura, el legado, soledad. quería romper la estructura. Se ofrecía como voluntaria en refugios, protestaba contra la codicia corporativa, a veces la de su propia familia, y se enamoró de un hombre que considerábamos inadecuado.
¿Quién era él? Preguntó Catalina cautivada. Su nombre era Jaime. Era un artista, un músico. Tenía una mente brillante y un alma hermosa, pero ni un euro a su nombre. Mi marido le prohibió verlo. Maximiliano le dijo que estaba tirando su vida por la ventana. Las discusiones fueron terribles. La última vez que la vi tuvo una plea terrible con Maximiliano. Él llamó a Jaime un parásito. Ella dijo que preferiría vivir en una alcantarilla con él que en este palacio con ellos.
La voz de remedio se quebró. Gritó que se iba y que nunca regresaría. Pensamos que estaba siendo dramática. Pensamos que se calmaría y llamaría en uno o dos días, pero nunca lo hizo. Se sentaron en silencio por un momento, el peso de la historia colgando entre ellas. Catalina miró el retrato otra vez a la joven desafiante que podría ser su madre. Sintió una extraña afinidad, un destello de esa misma chispa rebelde dentro de su propio pecho. Mientras Catalina se iba, Remedios presionó una pequeña caja de terciopelo en su mano.
Esto era suyo. Quiero que lo tengas. De vuelta en su apartamento, Catalina lo abrió. Dentro ycía un delicado medallón de plata empañado por la edad. Cuidadosamente abrió el broche. En un lado había una pequeña fotografía descolorida de remedios, luciendo mucho más joven. El otro lado estaba vacío. Estaba destinado para una segunda foto. Una foto que nunca fue colocada. Catalina cerró su mano alrededor del metal frío, un enlace tangible a un pasado que apenas estaba comenzando a descubrir.
Mientras tanto, en su habitación de hospital privada, Maximiliano Herrera estaba despierto y lúcido. La noticia de la prueba de ADN le había sido traída por Bartolomeé Aguirre. La reacción de Maximiliano no fue de esperanza, sino de una inquietud profunda y perturbadora. ¿Qué has hecho, Bartolomé? Raspeó su voz débil. Remedios insistió. Después de ver a la chica, no se puede negar el parecido. El parecido no es prueba. Disparó Maximiliano. Un destello de su viejo fuego regresando. Has abierto la caja de Pandora.
Algunas cosas es mejor dejarlas enterradas. ¿Por qué? Preguntó Bartolomé. Su curiosidad despertada por la extraña reacción de su jefe. Si ella es la hija de Soledad, es familia, es tu sobrina. Maximiliano volteó su cabeza para mirar por la ventana, su mandíbula tensa. Una sombra pasó por su cara, un destello de una expresión que Bartolomé nunca había visto en él antes, miedo puro y sin adulterar. “No entiendes”, dijo Maximiliano. Su voz baja y tensa. “No tienes idea de lo que acabas de desatar.” No diría más, retirándose a un silencio pétreo, dejando a Bartolomé preguntándose qué parte de la historia de Soledad había sido omitida de la narrativa familiar oficial.