De repente, sintió que la pala golpeaba algo duro. Era un ataúd. Dmitry arrojó la herramienta a un lado y ya estaba extendiendo la mano hacia la tapa cuando las sirenas resonaron a lo lejos. La policía llegó casi al instante. En segundos, lo tenían en el suelo, esposado, con el corazón latiéndole como nunca.
Timofey apareció junto a ellos, con un teléfono en la mano y diciendo con pesar en los ojos:
«Te lo advertí…»
Pero Dmitry ya no escuchaba. Cayó de rodillas ante la policía, sollozando, incapaz de contener la emoción. Explicó que no podía creer que su madre hubiera muerto de un infarto: había sido sana, alegre, y su muerte le parecía imposible. Cada día, cada respiración, le parecía sospechosa.
La policía, al ver su dolor, intentó tranquilizarlo con suavidad:
«Comprendemos su dolor, pero infringir la ley es inaceptable. Si sospecha de algún delito, infórmenos; nosotros nos encargaremos».
Pero Dmitry no podía esperar. Necesitaba ver a su madre, comprender lo que le había sucedido, ver su rostro por última vez. Sus palabras conmovieron a los presentes y, a pesar de sus reservas, la policía tomó una decisión.