Abriendo el ataúd: El horror que la madre escondía

Pero Dmitry no podía detenerse. La pena lo abrumaba. Recordó cómo, hacía apenas unas horas, su padre lo había llamado desde lejos para comunicarle la muerte de su madre, y luego había guardado silencio obstinadamente durante dos días. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que perderse la despedida de su madre, su última oportunidad de decirle adiós? Estas preguntas lo atormentaban.

—¡Necesito saber la verdad! —gritó. «¡Tengo que hacerlo!»

Timofey se dio cuenta de que era imposible detenerlo con palabras. Siguió a Dmitry en silencio hasta la tumba recién cavada en el cementerio de Kiev. Ya tenía la pala en las manos, y los pasos de Dmitry resonaban con fuerza en los pasillos vacíos del cementerio. Observó la tierra recién removida, y con cada paso su corazón se aceleraba, como si presagiara una tragedia inminente.

Cuando se acercaron a la tumba, Dmitry se secó las lágrimas y levantó la pala. Pero Timofey lo detuvo:

«¡Para!», dijo con severidad. «¿Entiendes lo que estás haciendo? Esto es ilegal».

Pero Dmitry ya no escuchaba las advertencias. Recordaba cada detalle de las últimas horas: la llamada de su padre, el repentino impacto de la pérdida, la impotencia al darse cuenta de que su madre había sido enterrada sin siquiera haber tenido tiempo de despedirse. El dolor le oprimía el corazón, las lágrimas le escocían las mejillas, pero la voluntad de actuar era más fuerte. Comenzó a cavar.

La tierra se resistía, pero Dmitry continuó, recordando cada momento con su madre, su voz, su risa, su cariño y bondad. Los recuerdos se mezclaban con el presente, convirtiendo cada golpe de la pala en un martillazo a su propio dolor.

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