A ver si sobreviven sin nosotros”, rieron los hijos – pero el anciano escondía herencia millonaria…-DIUY

Se fueron echando pestes, pero sabía que volverían. La codicia nunca se rinde fácilmente. Los días siguientes fueron una mezcla extraña de paz y tensión. Lucía se quedó en mi casa ayudándome a cuidar de sus padres. Entre ella y yo surgió una amistad profunda y sincera. Era como si nos conociéramos de té toda la vida. Compartíamos las tareas, las conversaciones, las risas y también los miedos. Una noche, mientras tomábamos té en la cocina, después de que Beatriz y Ernesto se durmieran, Lucía me confesó, “Doctora Carmela, a veces me siento culpable por haberme ido tan lejos.

Si hubiera estado aquí, tal vez nada de esto habría pasado. La tomé de las manos y le dije, Lucía, tú hiciste lo que tenías que hacer para salir adelante y nunca abandonaste a tus padres. Les llamabas, les enviabas dinero, pensabas en ellos constantemente. Tus hermanos vivían cerca y aún así los trataron peor que a extraños. La distancia física no determina el amor. Ella sonrió con lágrimas en los ojos y me abrazó. Gracias por todo lo que ha hecho por mi familia.

Usted es un ángel. No soy ningún ángel, le respondí. Solo soy alguien que reconoce el valor cuando lo ve. Esa noche sellamos una amistad que duraría para siempre, pero la tranquilidad no duró mucho, porque a la semana siguiente Fernando apareció con un abogado. Traían papeles y argumentos preparados para impugnar la donación de la finca. Alegaban que Ernesto no estaba en sus cabales cuando firmó, que había sido manipulado, que la escritura no era válida. El abogado era un hombre de mediana edad, con traje gris y maletín de cuero, que hablaba con ese tono prepotente de quien cree que la ley siempre está de su lado.

Señor Ernesto, comenzó, “Necesitamos revisar los documentos de la propiedad. Hay inconsistencias que deben aclararse. ” Ernesto lo miró fijamente y respondió con calma. Las únicas inconsistencias aquí son los hijos que crié. El abogado continuó impert. Érito. Comprendo su molestia, pero la ley es clara. Si usted no estaba en condiciones mentales adecuadas, intervine inmediatamente. Soy doctora y puedo certificar que don Ernesto está perfectamente lúcido. Además, el notario que levantó la escritura también dejó constancia de ello. ¿O acaso van a cuestionar a un profesional con 40 años de experiencia?

El abogado titubeó. Fernando lo interrumpió. Esto es un robo. Esas tierras son de toda la familia. Lucía, que había permanecido callada, finalmente habló. Fernando, si tanto te importaba la familia, no habrías abandonado a papá y mamá en la carretera. Lo que pasó aquí fue justicia. Papá protegió lo que era suyo y lo puso en manos de quien demostró merecerlo. Carlos, que había venido, también gritó. Siempre fuiste la preferida, la niña perfecta que nunca hacía nada malo. Lucía se puso de pie y le encaró.

Preferida no. Responsable sí. Mientras ustedes se preocupaban por heredar, yo me preocupaba por mantenerlos vivos. La discusión subió de tono hasta que Beatriz golpeó la mesa con fuerza, una fuerza inesperada para su fragilidad. Basta, gritó con lágrimas corriendo por sus mejillas. Basta ya. Durante años aguanté sus desprecios, sus humillaciones, sus faltas de respeto porque eran mis hijos y una madre siempre perdona, pero esto es demasiado. Nos dejaron morir en la carretera. ¿Entienden lo que eso significa? Nos condenaron a muerte por codicia y ahora vienen a reclamar derechos.

No tienen vergüenza. Patricia intentó acercarse a su madre. Mamá, perdónanos. Cometimos un error. Beatriz la detuvo con la mano. Un error es olvidar una fecha. Lo que ustedes hicieron fue intentar asesinarnos. Y no me vengan con lágrimas falsas porque ya no me las creo. Aquellas palabras cayeron como sentencia final. El abogado intentó decir algo más, pero Ernesto se levantó y con voz firme les ordenó, “Fuera de aquí, fuera de nuestra vista y de nuestras vidas, si vuelven a molestar a Lucía o a intentar quitarle lo que es suyo, iré personalmente con la policía y contaré al mundo entero lo que hicieron.” Fernando Carlos y Patricia salieron en silencio derrotados.

El abogado lo siguió masculando, algo sobre demandas futuras, pero todos sabíamos que era una amenaza vacía. Cuando se fueron, el ambiente en la casa cambió completamente. Era como si se hubiera ido una nube oscura y por fin entrara la luz. Aquella noche cenamos los cinco juntos. Beatriz Ernesto Lucía, su hijo pequeño de 6 años que había llegado el día anterior desde California y yo, fue una cena sencilla de sopa, arroz y pollo guisado, pero estaba llena de amor y gratitud.

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