Cuando nos vimos, se acercó y me abrazó como si nos conociéramos de toda la vida. Gracias, doctora Carmela, me susurró al oído. Usted salvó a mis padres y yo nunca podré pagarle lo que ha hecho. No tiene nada que agradecer. Le respondí. Ellos me salvaron a mí también, aunque no lo sepan. Durante el trayecto a casa me contó de su vida en Estados Unidos. Trabajaba dobles turnos en un hospital. Vivía en un apartamento pequeño compartido con otras dos enfermeras.
Ahorraba cada centavo para enviar a sus padres. Nunca se casó porque su prioridad siempre fueron ellos. Había sacrificado su propia felicidad por cuidar de quienes le dieron la vida. Y ahora descubría que sus hermanos habían intentado destruir lo poco que quedaba de aquella familia. Cuando llegamos a mi casa, el reencuentro fue de esos que te marcan para siempre. Beatriz corrió como pudo con sus piernas doloridas y se fundió en un abrazo con su hija. Ernesto lloraba sin pudor, aferrándose a ambas.
Los tres formaban un círculo cerrado de amor puro y yo me quedé a un lado observando con lágrimas en los ojos. En ese momento supe que todo había valido la pena. Aquel mismo día por la tarde apareció el resto de la familia. Fernando llegó primero con su esposa, luego Carlos con la suya y finalmente Patricia So, la porque estaba divorciada. Venían con regalos caros y sonrisas falsas. Cuando vieron a Lucía se quedaron congelados. No esperaban encontrarla allí.
Ella los miró con una frialdad que contrastaba con su carácter habitualmente dulce. “Así que ustedes son los valientes que abandonaron a nuestros padres en la carretera.” Fernando intentó justificarse. Lucía, no es lo que piensas. Fue un malentendido. Ella lo interrumpió con voz cortante. Un malentendido es olvidar comprar leche. Abandonar a tus padres ancianos bajo el sol abrasador, sabiendo que pueden morir es crueldad pura. Carlos intervino con tono condescendiente. Siempre fuiste la consentida. No sabes lo que es cargar con ellos día tras día.
Patricia añadió con veneno, “Claro, tú vives tu vida tranquila allá lejos, mientras nosotros nos sacrificamos.” Lucía los miró uno por uno y dijo con voz firme, “Sacrificarse es llamar cada semana aunque estés cansada. Es enviar dinero aunque apenas te alcance para comer. Es renunciar a tus sueños para que ellos estén bien. Ustedes no se sacrificaron, los utilizaron mientras les convenía y cuando dejaron de servirles, los tiraron como basura. El silencio que siguió era denso y pesado. Finalmente, Fernando cambió de táctica.
Bueno, olvidemos el pasado. Lo importante es que papá y mamá estén bien. Ahora hay que pensar en el futuro, en cómo mantenerlos, en la herencia. Ahí estaba la verdadera razón de su visita. Ernesto, que había permanecido callado, se puso de pie y habló con una autoridad que no le había escuchado antes. Herencia. ¿De qué herencia hablan? Ustedes no heredarán nada de mí, Ferna. Ende yó, “Papá, no digas eso. Somos tus hijos, tenemos derecho. ” Ernesto sacó el sobre amarillento del bolsillo y lo puso sobre la mesa.
La finca que ustedes ya se estaban repartiendo en su mente ya tiene dueña. Hace 5 años la puse a nombre de Lucía. Ella es la única que merece esas tierras porque fue la única que nunca nos abandonó. El efecto de aquellas palabras fue devastador. Fernando se puso rojo de ira. Eso no puede ser legal. Estabas enfermo, te manipularon. Carlos gritaba reclamando su parte. Patricia lloraba de rabia, pero Lucía se mantuvo serena y preguntó, “¿Qué finca? ¿De qué están hablando?” Beatriz le explicó con dulzura toda la historia, las tierras, la deuda, el dinero que ella envió, la decisión de proteger su herencia.
Lucía se quedó muda del asombro. Yo no sabía nada de esto, dijo finalmente. Yo solo quería ayudarles. No buscaba ninguna recompensa. Por eso eres tú quien lo merece, dijo Ernesto con orgullo. Porque das sin esperar recibir, esa es la verdadera riqueza, hija mía. Los otros tres hermanos siguieron gritando, amenazando con demandas y pleitos legales hasta que los eché de mi casa. No vuelvan a poner un pie aquí, les dije, y como se les ocurra molestar a sus padres, me encargaré personalmente de que todo el pueblo sepa la clase de personas que son.