A ver si sobreviven sin nosotros”, rieron los hijos – pero el anciano escondía herencia millonaria…-DIUY

Eran historias llenas de amor y sacrificio, y cada palabra me hacía quererles más y detestar más lo que les habían hecho sus propios hijos. Una tarde, mientras Beatriz dormitaba después del almuerzo, Ernesto me hizo una seña para que me acercara. Sacó aquel sobreamarillento que tanto cuidaba y lo puso sobre la mesita junto a la cama. Doctora Carmela me dijo usando mi nombre por primera vez, usted es una mujer buena y sé que puedo confiar en usted. Esto que guardo aquí es importante, muy importante, pero todavía no puedo mostrárselo.

Solo quiero que sepa que existe y que cuando llegue el momento usted sabrá qué hacer. Sus palabras me intrigaron profundamente, pero respeté su decisión. Asentí y le aseguré que podía contar conmigo para lo que necesitara. Él sonrió con una mezcla de alivio y tristeza y volvió a guardar el sobre en el bolsillo interior de su camisa. Esa noche, mientras conducía de regreso a casa, no podía dejar de pensar en aquel misterio que guardaba con tanto celo aquel hombre.

Sería dinero ahorrado, algún documento importante, una herencia, pero había algo más profundo que la simple curiosidad. Sentía que mi destino estaba conectado con el de aquella pareja de una forma que aún no comprendía del todo. Era como si la vida me hubiera puesto en su camino por una razón que iba más allá de la casualidad. Al cuarto día, el médico dio de y alta a Beatriz. Su salud se había estabilizado, pero necesitaba reposo y cuidados. No podían volver con ninguno de sus hijos y la pensión que recibían apenas alcanzaba para sobrevivir.

Sin pensarlo dos veces, les ofrecí quedarme en mi casa. Tenía espacio de sobra desde que mi madre había fallecido dos años atrás. Y la verdad es que la soledad a veces pesaba demasiado. Al principio se resistieron diciendo que ya habían abusado suficiente de mi bondad, pero insistí hasta que aceptaron. Fue una de las mejores decisiones de mi vida. Tenerles en casa llenó los espacios vacíos que ni siquiera sabía que existían. Beatriz se encargaba de las plantas del jardín que yo siempre descuidaba por falta de tiempo.

Ernesto reparaba las cosas que se iban rompiendo y que yo dejaba para después. Las comidas volvieron a tener sabor a hogar. Las tardes se llenaron de conversaciones profundas y risas sinceras. Era como si hubiera recuperado a los padres que la vida me había quitado demasiado pronto. Pero la paz duró poco porque al décimo día apareció Fernando. Llegó en un coche lujoso con traje caro y gesto preocupado. Tocó el timbre insistentemente hasta que abrí. Buenos días, señora. Soy Fernando, el hijo de Beatriz y Ernesto.

He sabido que están aquí y vengo a verles. Había algo en su tono que me puso en guardia, una falsedad que se notaba a kilómetros. Le hice pasar y llamé a sus padres. Cuando Beatriz lo vio, palideció y se aferró al brazo de su esposo. Ernesto, en cambio, se puso rígido como una estatua. El encuentro fue incómodo y tenso. Fernando intentaba mostrarse arrepentido. Papá, mamá, perdonen. Lo que pasó fue un malentendido. Nos asustamos y nos fuimos pensando que ustedes habían conseguido aventón.

Los hemos buscado por todas partes. Mentira. Mentira descarada que ninguno de los presentes se tragó. Beatriz lloraba en silencio mientras Ernesto le miraba con una mezcla de dolor y decepción. “Hijo”, le dijo finalmente con voz firme. “Nos abandonaste en la carretera a sabiendas. Nos dejaste bajo el sol como si fuéramos basura y ahora vienes con mentiras.” Fernando se puso nervioso y entonces mostró su verdadera cara. Miren ustedes, ya están viejos, no pueden valerse solos. Vengo a llevarles de regreso a casa, donde estarán mejor cuidados.

Intervine inmediatamente. Don Fernando, sus padres están muy bien aquí y no irán a ningún lado a menos que ellos lo decidan. Me miró con desprecio. ¿Y usted quién es para meterse en asuntos de familia? Una doctora que sabe reconocer el maltrato cuando lo ve. Le respondí sin bajar la mirada. Se fue dando un portazo. Pero antes de irse soltó una amenaza apenas velada. Esto no se queda así. Volveré con mis hermanos y veremos quién tiene la razón.

Leave a Comment