A veces, una sola frase puede dividir la vida en “antes” y “después”.

La puerta se abrió casi de inmediato.

Larisa estaba frente a él, con un vestido ligero, el cabello suelto, ligeramente pálida, pero serena.

«Pasa», dijo. «La cena está lista».

Sus platos favoritos estaban en la mesa: carne asada, ensalada de frutos secos, copas de vino.

Era como si nunca se hubiera ido.

Ella sonrió dulcemente, sin rastro de resentimiento.

—¿Qué regalo? —preguntó él, intentando no mirarla a los ojos.

—Más tarde —respondió Larisa—. Primero cenaremos.

Cenaron en silencio. Afuera caía el crepúsculo y las manecillas del reloj se movían lentamente.

Víctor intentó entablar conversación, pero sus palabras se perdieron en el denso silencio.

Cuando terminaron, Larisa se levantó y sacó del armario una cajita atada con una cinta oscura.

—Toma —dijo, colocándola frente a él—. Esto es para ti. Ábrela mañana al despertar. Promételo.

—¿Por qué no ahora?

Leave a Comment