Pasó un mes.
La casa estaba llena de un silencio extraño, casi frágil, en el que cada gesto, cada mirada de Larisa se convertía en un misterio.
Y entonces llegó la mañana en que despertó solo.
Una nota sobre la mesa.
Lo que leyó le puso la piel de gallina.
Desarrollo
Los primeros días después de la conversación, Víctor se sintió extrañamente tranquilo.
Partió hacia Anna, la «otra» a la que había estado buscando durante los últimos meses, seguro de que por fin había tomado la decisión correcta.
Con ella era fácil, casi divertido: nuevas experiencias, veladas espontáneas, una sensación de vida renovada.
Era como si se hubiera despojado de una vieja piel, dejando atrás todo lo que parecía rutina.
Pero en los momentos más silenciosos, cuando las risas se apagaban y la ciudad se sumía en el sueño, los ojos de Larisa afloraban en su memoria.
No con reproche, ni con súplica; simplemente lo miraban.
Había algo incomprensiblemente cálido y, a la vez, infinitamente distante en ellos, como si ella ya supiera cómo terminaría todo.
Anna notó que a veces se replegaba sobre sí mismo.
—¿Sigues pensando en ella? —le preguntó una vez cuando él guardó silencio demasiado tiempo.