Introducción
A veces, una sola frase puede partir tu vida en dos: antes y después.
A veces se pronuncia en un susurro, casi inaudible, pero impacta en tu alma como un grito.
Esa noche, bañada por la luz de las lámparas de araña, el aroma de flores caras y el bullicio de la celebración nupcial, comprendí que mi destino podía terminar justo en el momento en que todos a mi alrededor me felicitaban por un nuevo y feliz comienzo.
Mi suegro, un hombre que siempre mantenía una actitud reservada, casi fría, se acercó a mí con tanta discreción que nadie lo notó. Su rostro era inexpresivo, salvo por un horror cuidadosamente disimulado. Colocó un fajo de billetes doblado en mi mano, como si me entregara no dinero, sino la salvación.
Y susurró:
«Si quieres sobrevivir, corre».
Me quedé paralizada, incapaz de comprender por qué el adinerado y respetado cabeza de familia me advertía de algo que sonaba a sentencia de muerte.
En ese momento, la fastuosa boda, con sus cientos de invitados, flashes, risas y champán, empezó a parecerme solo un brillante telón de fondo que ocultaba algo oscuro que nadie se atrevía a decir en voz alta.
Aún no sabía que esa noche —mi noche de bodas— sería el comienzo de una huida que lo cambiaría todo.