A veces una frase corta puede ser suficiente.

Desarrollo

Me quedé allí, como si me hubieran sacado de la realidad, aferrada a los billetes fríos y crujientes que me quemaban la piel como una advertencia, como una marca. Todo a mi alrededor —la música, las risas, el tintineo de las copas— se desdibujaba, como si viera lo que sucedía a través de un grueso cristal. Sentía que el mundo se había separado de mí, y yo del mundo.

Intenté comprender al menos parte de lo que oía.

«Huye».

¿De quién?

¿De qué?

¿De mi marido? ¿De su familia? ¿Del destino al que, como una princesa ingenua, me había adentrado con una sonrisa en el rostro?

Cuando levanté la vista, mi suegro ya se había perdido entre la multitud. Se había esfumado entre los invitados tan rápido, como si nunca se hubiera acercado. Y, sin embargo, sus palabras seguían resonando en mi cabeza como un disco rayado.

Busqué a mi esposo, Hung. Estaba cerca, pero completamente ajeno al cambio. Lo observé furtivamente: su sonrisa despreocupada, su andar tranquilo, la forma en que se inclinaba para escuchar… todo era tan familiar, tan habitual, tan… seguro, como siempre había creído.

Pero ahora incluso él me parecía extraño.

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