El Gancho Ineludible.
La puerta crujió. Un sonido pequeño, brutal. Un hombre la empujó. Ricardo Salvatierra. Acababa de regresar. No del viaje de negocios. Acababa de volver del cementerio.
La casa era una catedral helada. Demasiado grande. Demasiado silenciosa. Ricardo sintió el peso de los mármoles. Los ojos de las gemelas. Lucía y Daniela. Seis años. Estáticas. Dos muñecas de porcelana rota.
Ellas no lloraron en el funeral. Eso fue peor que un grito.
Se aferraban. La una a la otra. Pequeños cuerpos temblaban. Pero ni un sollozo. Ni un “Mamá”. Absoluto silencio.
Los psicólogos lo llamaron un muro. Mutismo psicógeno severo.
El doctor dijo la frase. “Podría ser permanente.”
A Ricardo se le doblaron las rodillas. Cayó en el felpudo. Buscó sus ojos. Vacío. Estaban allí, pero no lo miraban. Estaban perdidas. Atrapadas en un miedo sin sonido.
Haré todo lo que sea por mis hijas. Juró. Un juramento hueco. Hecho de pánico y millones.
La Máquina del Dolor.