Padre soltero fue a reparar la cerca de la vecina… sin saber que ella era dueña de media ciudad…

Él solo quería ser un buen vecino arreglando su valla rota. No sabía que aquella mujer sencilla era dueña de media ciudad. Cuando ella descubrió que él criaba a su hija solo tras ser abandonado, vio algo que su dinero jamás pudo comprar. El martillo golpeaba con ritmo constante. Manuel observó la valla que separaba su modesto terreno del de su vecina.

Tres tablas rotas, un clavo oxidado y demasiado tiempo sin atender ese límite entre mundos. Papá, ¿puedo ayudarte? La voz de Lucía llegó como una ráfaga de aire fresco en aquella tarde de sábado. Mejor observa desde ahí, cariño. No quiero que te lastimes con esos clavos. Manuel sonrió a su hija mientras continuaba martillando. Su mayor tesoro, lo único verdaderamente valioso que tenía en esta vida. Tres años habían pasado desde que Beatriz se marchó sin explicaciones, dejándolo con una niña pequeña y un taller mecánico que apenas daba para sobrevivir.

¿Está haciendo mucho ruido? Perdone las molestias. Manuel se giró sorprendido. Al otro lado de la valla, Carmen lo observaba con curiosidad. La mujer vivía sola en aquella casa modesta desde hacía poco más de un año. Apenas se habían cruzado un par de saludos cordiales. Vecinos que comparten espacio, pero no vidas. No se preocupe, señora Carmen, solo estoy arreglando estos tablones antes de que llegue el invierno. Podría haber llamado a alguien para que lo hiciera. Carmen le extendió un vaso de agua que Manuel aceptó agradecido.

Los vecinos se ayudan respondió con sencillez tomando un sorbo. Además, a Lucía le encanta jugar en el jardín y no quiero que se lastime con las tablas sueltas. Carmen observó a la pequeña que se escondía tímidamente detrás de su padre, abrazando su pierna como si fuera su refugio más seguro. Una sonrisa iluminó el rostro de la niña cuando sus miradas se cruzaron. “¿Cuántos años tienes, Lucía?”, preguntó Carmen, acercándose un poco más a la valla. “Tengo muchos,”, respondió la niña, levantando los dedos de su mano.

“Y me gustan los pájaros y las flores amarillas.” Manuel acarició el cabello de su hija con ternura. Perdone, es muy conversadora con las personas que le caen bien. Es un cumplido. Entonces, Carmen sonríó. Las flores amarillas también son mis favoritas. Lucía soltó la pierna de su padre y se acercó a la valla, observando con más atención a la mujer. Vives sola, no tienes hijos. Lucía. Manuel la reprendió suavemente. No hagas preguntas tan personales. No pasa nada, intervino Carmen.

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