No, pequeña, vivo sola. Mi trabajo no me ha permitido formar una familia. ¿En qué trabajas? La curiosidad infantil no tenía límites. Carmen dudó por un segundo. En bienes raíces, edificios y casas. Mi papá arregla coches”, dijo Lucía con orgullo. “Puede arreglar cualquier cosa que se rompa. Por eso está arreglando la valla, porque es el mejor arreglador del mundo.” Manuel se sonrojó levemente. “Tengo un pequeño taller mecánico a dos calles de aquí. Nada espectacular. El taller San Miguel”, asintió Carmen.
“Lo he visto. Siempre hay coches esperando. Debe ser bueno en lo que hace. Intento ser honesto con mis clientes. En un pueblo como San Martín, la reputación lo es todo. Un silencio cómodo se instaló entre ellos. Manuel volvió a su trabajo colocando una nueva tabla en la valla. Carmen no se marchó. Observaba con atención como las manos del hombre curtidas por el trabajo transformaban algo roto en algo funcional nuevamente. No tienen ningún compromiso hoy. Es sábado comentó Manuel sin dejar de trabajar.
Carmen negó con la cabeza. Prefiero la tranquilidad de mi jardín a las reuniones sociales. Papá, mira lo que encontré. Lucía corría con una posada en su mano. Se detuvo frente a la valla para mostrársela a Carmen. Tiene siete puntos. ¿Sabes que eso significa buena suerte? Carmen se inclinó para ver mejor el pequeño insecto. Es preciosa. Y sí, creo que hoy es un día de buena suerte para todos. ¿Quieres venir a tomar limonada cuando papá termine?, preguntó Lucía.
La hicimos ayer y está muy rica. Manuel iba a intervenir, pero Carmen se adelantó. Me encantaría si a tu padre no le importa. Sus miradas se encontraron por encima de la valla medio reparada. Manuel asintió. Por supuesto. Un descanso nos vendrá bien a todos. Mientras terminaba de arreglar la valla, Manuel no podía evitar preguntarse sobre su vecina. vivía de manera sencilla en una casa que no destacaba en absoluto. Su ropa, su forma de hablar, todo en ella era discreto.
Nada hacía sospechar que Carmen fuera diferente a cualquier otra persona del pueblo. La realidad que nadie en San Martín conocía era que Carmen Álvarez no era una simple trabajadora inmobiliaria, era la propietaria de Álvarez Construcciones, un imperio que controlaba la mitad de las propiedades en la provincia, una fortuna que pocos imaginaban y un secreto que ella guardaba celosamente, cansada de relaciones interesadas y falsas amistades. había comprado aquella casa sencilla buscando paz, un lugar donde ser simplemente Carmen, no la empresaria que todos querían complacer por interés.
Ya está, anunció Manuel golpeando una última vez con el martillo. No es perfecta, pero aguantará bien el invierno. Carmen observó el trabajo terminado. Una valla sólida, pero con carácter, como el hombre que la había reparado. Ha hecho un trabajo excelente. ¿Cuánto le debo, Manuel? Negó con la cabeza. Nada. Como le dije, los vecinos se ayudan. Insisto, su tiempo vale dinero. ¿Aceptaría entonces intercambiarlo por un consejo? Necesito comprar un regalo para Lucía. Se acerca su cumpleaños y nunca sé qué elegir.
Carmen sonró. Era la primera vez que Manuel la veía sonreír así, ampliamente, sin reservas. Ese es un intercambio justo. Lucía los llamó desde el pequeño porche de la casa. La limonada esperaba en una jarra de cristal y tres vasos. Al cruzar la valla recién reparada, Carmen sintió que estaba cruzando mucho más que un límite físico. Manuel abrió la pequeña puerta de madera con cierto orgullo por su trabajo y la invitó a pasar con un gesto simple, pero cargado de dignidad.