Al cambiar el pañal de mi nieto corrí al hospital. La doctora dijo: Si llegas un poco más tarde…

Mamá, ¿puedes cuidarlo hoy? Solo queremos unas horitas para nosotros dos. Vayan tranquilos. Hoy es día de abuela babosa con el nieto. Aquella tarde, minutos después de que mi hijo y mi nuera se fueron, mi nieto empezó a llorar sin parar y lo que vi cuando le cambié el pañal me hizo llamar a emergencias en el mismo instante. Bienvenidos al canal Venganza Merecida. Siempre pensé que si algún día mi familia salía en las noticias, sería por algo bueno.

Yo, Elena, profesora de música en pausa, mi hijo Marcos, ingeniero que vive apurado, Lucía, mi nuera, tan perfeccionista con las fotos de redes y Tomás, mi nieto de 2 meses, el bebé más esperado del mundo. Ese sábado empezó como muchos otros. El sol entraba por la ventana de mi cocina cuando escuché el timbre. Miré el reloj 8:15 de la mañana. Solo podía ser Marcos. Abrí la puerta y ahí estaban mi hijo con el portabebés colgando del brazo ojeroso y lucía detrás con el cabello recogido en un moño apurado y la mirada perdida.

Buenos días, mamá”, dijo Marcos intentando sonreír. Lucía no dijo nada al principio, solo se acomodó el suéter y entró sin pedir permiso, como si ya no tuviera energía para formalidades. Tomás dormía en el huevito con esa paz que solo tienen los bebés cuando no saben en qué mundo viven. “Buenos días, mi amor”, le dije a mi nieto acercándome para olerle la cabeza. Siempre hueles a cielo recién abierto. Marcos dejó el portabebé sobre la mesa y se pasó la mano por el cabello.

¿Segura de que está bien que lo dejemos hoy?, preguntó Lucía. Tiene la cita con la psicóloga. Yo tengo que ir a la oficina. Y anoche no paró de llorar. Y claro que sí, respondí como si fuera lo más obvio del mundo. Para eso están las abuelas. Además, así ustedes respiran un poco. Miré a Lucía. Tenía los ojos hinchados. Las ojeras se le marcaban incluso debajo del corrector mal difuminado. “¿Cómo estás, hija?”, pregunté suave. Se encogió de hombros, “Cansada.

Nada más.” Marcos suspiró. Y dice que Tomás no la deja dormir, explicó y que no se reconoce. Lucía apretó los labios como si le molestara que él hablara por ella. ¿Qué es que no es solo cansancio? Soltó al fin. Me miro al espejo y no sé quién soy. Todo el día con olor a leche, con el pelo sucio, con alguien pegado al pecho. Y cuando él llora, siento que mi cabeza se va a romper. A veces, bajó la voz, tengo miedo de lo que puedo hacer.

Esa frase se quedó flotando en el aire. Yo ya había escuchado cosas parecidas de otras mujeres en grupos de apoyo. A veces me asusto de mí misma. Tengo pensamientos horribles. Sabía que era una señal de alerta. Sabía, pero la parte automática de mi cerebro tomó el control. “Todas las madres sienten eso alguna vez”, dije intentando sonar comprensiva. Yo también pensé que iba a tirar a Marcos por la ventana. Y míralo ahora. Es una fase pasará. Lucía me miró como si yo hubiera apagado una vela que ella estaba tratando de mostrarme.

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