La continuación de la historia

Esa misma noche, poco después de rechazar la llamada, Emma dejó el teléfono entre las almohadas y permaneció inmóvil un momento, escuchando el golpeteo constante de la lluvia contra el alféizar. No sintió ni triunfo ni miedo. Solo un cansancio profundo, como si al fin alguien hubiera levantado una piedra de su pecho, pero el hueco que dejaba aún dolía.

A la mañana siguiente, Luca envió un mensaje. Uno breve: «Por favor, respóndeme. Necesitamos hablar.» Emma lo miró sin que se moviera nada en ella. La negativa se asentó con una calma silenciosa, como un lago que vuelve a quedar liso tras una tormenta. Apagó la pantalla y volvió a su rutina del día: trabajo, pequeñas tareas, la vida nueva que empezaba a construir a su ritmo.

Pero los mensajes continuaron. Al principio espaciados, luego cada vez más frecuentes, como gotas insistentes que terminan tallando la piedra. A veces largos y desesperados, otras cortos y casi agresivos.

«No puedes desaparecer así.»

«Al menos dime qué hice mal.»

«Mi madre está destrozada.»

«Vuelve. Solo hablemos.»

Emma los leía con una distancia extraña, dejando que resbalaran sobre ella como la lluvia sobre un cristal. Ninguno llegaba a tocar su interior.

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