Señor Mendoza, su nueva cocinera está aquí. El grito del mayordomo resonó por toda la mansión de Tres Pisos en Salamanca. Rodrigo Mendoza, magnate de la industria vinícola española, con una fortuna de 50 millones de euros, bajó las escaleras de mármol arrastrando los pies. era su quinta cocinera en dos meses. Otra señora mayor que va a quemar mi paella”, murmuró con fastidio, ajustándose la corbata hermés de 600 € Al entrar a la cocina de acero inoxidable, que había costado más que una casa promedio, se encontró con una mujer menuda de unos 60 años con cabello gris recogido en un moño sencillo y un delantal descolorido pero impecablemente limpio.
Buenos días, señor Mendoza. Soy Esperanza Morales”, dijo la mujer con una voz suave pero firme, haciendo una pequeña reverencia. Rodrigo la evaluó con la misma frialdad con que analizaba sus inversiones bursátiles. Manos callosas, zapatos gastados, ropa humilde, exactamente lo que esperaba de alguien que había respondido a su anuncio desesperado. Se busca cocinera urgente. Experiencia en cocina española tradicional, salario 10000 € mensuales. experiencia? Preguntó secamente sin siquiera ofrecerle asiento. Señor, he cocinado toda mi vida. Conozco la gastronomía española mejor que las líneas de mis manos.
Bien, mi esposa Isabela viene de Madrid esta noche con invitados muy importantes. Necesito una cena perfecta para ocho personas. Nada de experimentos. Esperanza asintió tranquilamente. ¿Alguna preferencia específica, señor? Sorpréndame, pero si arruina esta cena, se va esta misma noche. Rodrigo se dio la vuelta para irse, pero Esperanza carraspeó suavemente. Disculpe, señor Mendoza, pero antes de comenzar podría preguntarle si alguno de sus invitados tiene alergias alimentarias. Es importante saberlo cuando uno tiene Se detuvo como si fuera a decir algo más, pero se contuvo.
Cuando uno tiene qué, preguntó Rodrigo volteándose con impaciencia. Esperanza bajó la mirada juntando nerviosamente las manos. Cuando uno tiene tres doctorados en ciencias de la alimentación, nutrición clínica y bioquímica, susurró tan bajo que apenas se escuchó. El silencio que siguió fue ensordecedor. Rodrigo parpadeó varias veces, procesando lo que acababa de escuchar. Luego soltó una carcajada que resonó por toda la cocina. “Perdón”, dijo tres doctorados. Se dobló de la risa. “Señora, por favor.” Y también es astronauta en sus ratos libres.
Esperanza mantuvo la compostura, aunque un ligero rubor coloreó sus mejillas arrugadas. Entiendo su reacción, señor. Es natural, natural, señora Morales, si usted tiene tres doctorados, yo soy el rey de España. Siguió riéndose, secándose las lágrimas. ¿Sabe qué? Me cae bien. Al menos tiene sentido del humor. Se dirigió hacia la puerta todavía riéndose. Prepáreme esa cena y por favor deje las fantasías para después del trabajo. Cuando Rodrigo salió, Esperanza permaneció inmóvil por un momento, mirando sus manos callosas.