“Fui la sirvienta que crió a sus hijos — veinte años después, esos mismos hijos pelearon por llamarme ‘madre’.”
Tenía dieciséis años cuando la pobreza me empujó a un mundo que jamás imaginé. Mi padre murió de repente, y mi madre apenas podía alimentarnos. Una noche, me miró con los ojos cansados y me dijo:
“Luciana, debes irte a servir. Al menos allí comerás, y quizá te ayuden a estudiar.”
Así fue como terminé trabajando como empleada doméstica en la mansión del Señor y la Señora Valdés en Madrid.
Desde el primer día, la Señora Valdés dejó claro que no era bienvenida. Me miró de arriba abajo y dijo con frialdad:
“¿Así que esta es la muchacha del pueblo que contrataron? No toques a mis hijos con tus manos. Solo limpia y cocina.”
Pero el destino tenía otros planes. Sus hijos — Sofía y Mateo — se aferraron a mí desde el principio. Los bañaba, les contaba cuentos antes de dormir, les secaba las lágrimas cuando su madre estaba demasiado ocupada con fiestas y amistades. Poco a poco, me convertí en más que una sirvienta: me convertí en su consuelo — en su madre secreta.