Tenía dieciséis años cuando la pobreza me empujó a un mundo que jamás imaginé. Mi padre murió de repente, y mi madre apenas podía alimentarnos. Una noche, me miró con los ojos cansados y me dijo:

Aun así, la Señora nunca dejó de humillarme. Cuando recibía visitas, señalaba hacia mí y decía:

“Esa es solo la criada.”

Y cuando cometía el más mínimo error, me golpeaba con sus sandalias y susurraba entre dientes:

“Nunca saldrás de tu lugar.”

Pero resistí. Cada noche me repetía:

“Luciana, aguanta. Algún día, tu historia cambiará.”

Leave a Comment