Las Mariposas Que Quemaban en Silencio

La noche era densa, el aire cargado de una tensión que no se veía, solo se sentía. Emily permanecía inmóvil en el sofá, la penumbra de la sala cortada apenas por la luz tenue de la lámpara. El reloj marcaba casi la medianoche cuando la llave giró en la cerradura. Martin entró, tambaleándose ligeramente, el olor a vino y a perfume femenino precediendo su presencia.

—¿Todavía estás despierta? —preguntó él, con voz arrastrada. —Sí —respondió Emily, sin moverse—. Necesitaba hablar.

Martin dejó el abrigo sobre la silla y se sirvió un vaso de agua. Intentaba parecer tranquilo, pero el brillo de alerta en sus ojos lo delataba. —¿Sobre qué? Emily respiró hondo. —Sobre las mariposas.

Por un segundo, él se quedó paralizado. El vaso en su mano se detuvo en el aire. —¿De qué estás hablando? —Lily dijo algo hoy. —La voz de ella era controlada, pero fría—. Dijo que le contaste sobre las mariposas que viven en la cama de la señora del vestido dorado.

El vaso cayó. Los añicos se esparcieron por el suelo como pequeñas verdades rotas. Martin intentó reír, pero el sonido murió en su garganta. —Emily, por el amor de Dios… es una niña. Imagina cosas. —¿Imagina? —Emily se levantó, despacio—. ¿Entonces imaginó el nombre de la mujer? ¿Imaginó la forma en que la miras? Él abrió la boca, pero ella lo interrumpió. —No necesitas decir nada. Ya he visto suficiente.

El silencio se instaló. Afuera, la ciudad dormía, pero dentro de aquella casa, un matrimonio entero se derrumbaba con la crueldad lenta de un vaso cayendo en cámara lenta.

Leave a Comment